Oscar Pino: el músico de Nechí por antonomasia
Dicen que cuando volvió a su pueblito, la ovación fue tal como si hubiera llegado el músico más grande, y es que así se sentía; las puertas de oro de Antioquia, vieron nacer de indígena y africano a un pequeño zambo, que con su carácter y personalidad, causaba furor en cada pueblo que tocaba.
- "Me acuerdo de su presentación cuando volvió a Nechí, su pueblo natal, todo el pueblo se presentó para verlos tocar y cantar, luego, muchos querían llevarlos a su casa, a dar serenatas, a darles almuerzo, a tomar el algo... fue un gran éxito".
Asi lo cuenta "mi tocayo", su buen amigo Oscar, quien lo acompañó, junto con toda la cuadra de su barrio en Medellín, al gran regreso a Nechí.
Las emociones corrían por todas partes ese día, las calles que recorría el músico simplemente sonreían al volver a ser tocadas por él, pues seguía vívido, y sigue aún, el recuerdo del primer músico de aquel lugar.
Corría la década del 50 y los teatros y circos eran nómadas constantes, viajeros entre pueblo y pueblo, siendo los únicos que le daban un poquito de color momentáneo a los residentes; escuchar música en vivo era escaso y fue la abuela del niño, quien lo llevo a una de estas foráneas presentaciones cuando solo tenía seis años. Allí se topó frente a frente con su primer amor, que no tenía rostro ni cuerpo, vio a alguien, pero ese alguien no era precisamente quien interesaba, sino lo que hacía, él cantaba y tocaba guitarra, y captaba la atención de los corazones que lo escuchaban, ese día, la vida le sonrió a Oscar Pino. No pasaron más de 24 horas cuando, con sus propias manos y el recuerdo de aquella guitarra, se construyó su primer prototipo, con madera, alambre y machete e intentaba replicar aquellos sonidos que salían de las radios de los bares y tiendas de sus padres.
De apellidos Castillo Pino, o tal vez, Luna Medellín, y es que la historia de su niñez conllevaría una historia aparte, porque tanto él como quienes conocen la historia, solo se ríen cuando se les pregunta el porqué de su nombre, que mejor quedó resumido en Pino, Oscar Pino para la comunidad, para la música y para la familia.
A los 15 años, Oscar Pino se adentró en las fauces de la capital antioqueña, de la creciente y agitada Medellín de los 60s, y ya quisiera uno creer que venía en busca de un sueño, pero las cuestiones que lo hicieron tocar estas tierras no fueron tan positivas.
Tuberculosis, eso fue lo que lo trajo a Medellín, pero a eso no le da mucha relevancia, pues de lo negativo, siempre emergen luces. Una de las características de Oscar es su optimismo ante la vida, así lo contó su hija, Jenny Castillo, y en el episodio de la tuberculosis no fue la excepción, porque al hospital iban cantantes, músicos y artistas en general a amenizar las tardes de los enfermos, también daban permisos de salida e incluso otros enfermos también eran músicos; entonces, después de algunos años, el niño del pedazo de madera y alambres se volvía a encontrar con su primer amor, la música, y entre tanto y tanto, aprendió a tocar un poquito más, a cantar un poquito más y la enfermedad fue desvaneciéndose con el paso del tiempo.
Pero no iba a volver con las manos vacías a las orillas del Bajo Cauca, y a la salida del hospital, fue a comprar su primera guitarra y la primera guitarra del pueblo, la que lo llevaría a convertirse en el primer músico de Nechí, aunque siempre tuvo la mentalidad de volver a recorrer las calles de Medellín.
- "Me decían: Oscar ve, vamos pa' que le des una serenata a mi novia. Oscar camina, vamos a tocar allí, y no, no, yo tenía que esconderme, cuando no era uno, era el otro y yo tenía que huir, porque era sino yo allá, el único que tocaba". Relata Oscar.
Pero no todos estaban tan felices, porque a sus padres, Delfín y Abad, no les gustaba del todo la idea, sin embargo eso no iba a alejarlo de la música; fueron las casas de sus vecinos y amigos, los que dieron posada a la guitarra para que pasara sus noches, escondida de los prejuicios paternales ante la vida de un músico.
No duraría mucho el naufragio de la guitarra, porque fueron los sueños los que regresaron a Oscar a Medellín, hospedándose en el hogar de un amigo cantante, pero que no tocaba ningún instrumento. Era la combinación que se necesitaba entonces, porque al cantante lo llamaron de un preescolar en el Picacho, para que se presentara; no dudo en llevar a Oscar, para que tocara la guitarra, consolidando así, su primera presentación.
Cuarenta años atrás es cuando esta historia empieza a tejerse, porque no fue solo aquel preescolar; la voz se empezó a regar y a los oídos de Doña Rocío llegaron los servicios del dúo. Rocío Quiceno tenía uno de los preescolares más reconocidos y apetecidos del Doce de Octubre, y el día de las madres era muy importante porque hacia poco, ella se había convertido en una, entonces Gotitas de Rocío no podía pasar por alto esta ocasión. Allá fueron a dar, Pino y su amigo, pero la vida estaba por darle algo más al moreno, alto y agraciado que entraba por las puertas de la institución, porque entre el tumulto, alcanzó a reconocerla entre la gente, era una rubia, delgada, de ojos picaros y piel clara, la mujer que hasta hoy lo acompaña y aunque afirma que ser esposa de un músico fue difícil -claro, por sus viajes, las premisas y juicios que anteceden a la vida de un músico y la soledad de cada momento, especialmente en las fechas especiales, agregando el peligro en los tiempos del sicariato y la violencia en la ciudad-, Martha ahora es feliz con el hombre que vive a su lado.
En las mismas cuadras del Doce, como le dicen al barrio, Oscar con su buen oído musical, esuchó la melodía que salía de una de las casas, una orquesta, que como si fuese el flautista de Hamelin, lo hizo entrar sin conocer a nadie, y lo impulsó a decirle a Don Elí, un integrante de esta orquesta, que lo dejara estar y después, permanecer.
Pero, tampoco fue mucho el tiempo que duró:
- "Me echaron por malo", dice Oscar. Se ríe y es que no hay ningún rencor que lo habite, porque admite que lo era, aquella orquesta ya tenía músicos profesionales, de una gama un poco más alta, y él era apenas un aprendiz.
Tal vez aquí el refrán de "todos los caminos llevan a Roma" se le cumplía a Oscar, porque todos los caminos llevaban a Oscar; días después de ser despedido, a la banda se le quemó el equipo de sonido y Pino tenía uno de los mejores equipos, lo había mandado a hacer tiempo atrás para los negocios de sus papás; entonces lo reintegraron, pero muchos no estuvieron de acuerdo y decidieron irse. Lo que no sabían era que Oscar era un líder nato, disciplinado y sensato, cualidades que lo llevarían a aprender a tocar piano, guitarra, guiro y bajo de manera empírica, y que tomó la vocería de su grupo para dar orden y fortalecer las bases de lo que terminaría llamándose "Armonía tropical", una orquesta de música tropical dirigida por aquel joven que un día echaron.
Recorrieron todo el eje cafetero, pueblos, montañas, veredas y locales, poniendo a azotar baldosa a los campesinos en las fiestas, a las mujeres enamoradas, a los 24s y 31s de diciembre; salían de un restaurante del centro de Medellín, para empezar con la serenata del negocio del lado, y así fue por diez años, los diez años que muchos músicos aún le agradecen a Oscar, porque lo ven caminando en la calle y lo detienen para contarle las anécdotas después de estar en la orquesta, que nada ha sido así, ni se compara con aquellos tiempos y darle las gracias por tanto, ya que no fue solo su liderazgo sino su sabiduría y paciencia para enseñarles a los otros, sin juzgarlos ni mirarlos por encima del hombro, haciendo de Armonía tropical una escuela, tanto de música como de personas íntegras, puntuales, organizadas, que se enfrentaban a multas y regaños cuando no cumplían con su vestuario u horario o cometían alguna falta.
- "Siempre la música ha sido su pasión, le encanta, todos los días uno ve a Oscar ensayando, actualizándose con la música, es un apasionado, se entrega totalmente, y no solo a esto, sino también a la comunidad". Cuenta Doña Rocío, la dueña de aquel preescolar y hermana de Martha, la esposa de Oscar.
Armonía tropical fue disolviéndose poco a poco, los músicos tomaron otros caminos y la participación de las orquestas en las fiestas, empezó a disminuir, pero eso tampoco alejaría a este hombre de la música, porque ahora, con la misma pasión que describía Rocío, Jenny, Martha y "mi tocayo", toca el bajo con los Trascendentales; no los dirige, porque esa época y energía han quedado envueltas en recuerdos que con fuerza se aferran a las memorias de Oscar, de sus amigos y de su familia. Y así como construyó él mismo su primera guitarra, con alma no solo de músico sino también de constructor, ahora construye hogares, hace arreglos y demás, y aun así, no deja de ensayar, porque aquella primera escena, del niño conmocionado, solo fue el reflejo de lo que serían los próximos 70 años: música, construcción, amigos y familia.
- "Mi papá se reúne con los amigos, y solo habla de música, en estos días vino Horacio, uno de los músicos de Armonía Tropical y solo hablaban de eso, música y música, hasta sacaron los instrumentos, es que prácticamente, se pusieron a ensayar acá, como si fueran los viejos tiempos". Finaliza Jenny.
La evocación del regreso a Nechí con su banda, solo hace que se le achinen los ojos de la dicha y de la alegría de aquel entonces; y el sentimiento que le llenaba las venas cuando toca algún instrumento, sigue tan vigente como las reminiscencias de sus grandes conciertos.